lunes, 20 de agosto de 2012
SANTA LUCIA
VIDA DE SANTA LUCÍA
Lucía nace entorno al año 280 d.C, en Siracusa (Italia), espléndida ciudad sobre el mar, de nobles padres. El Padre de Lucía que se llamaba Lucio, muere cuando ella era todavía pequeña, así que fue educada por su madre Eutiquia, de la cual toma la verdad del cristianismo y el mensaje del amor de Jesús. Fue así que Lucía conoció el cristianismo, la historia de los primeros cristianos, sus martirios por el amor de Jesús y se dejó capturar por el corazón de Jesús. Por ello, en su corazón decidió consagrarse, uniéndose a Él como una esposa con su esposo, con votos perpetuos de virginidad. PEREGRINACIÓN
Lucía, preocupada por una grave enfermedad que afectó a su madre, una hemorragia incurable, le sugirió peregrinar al sepulcro de la mártir Santa Ágata de Catania. Víctima en el 251 de la persecución de todos los cristianos ordenados por el emperador Decio, muchas personas se acercaban a su sepulcro para obtener gracias porque la fama de la gloriosa Santa era esparcida por todos los lugares a causa de los milagros que obraba. Lucía en su corazón tenía la certeza de que Santa Águata ayudaría también a su querida madre.
Eutiquia aceptó llena de esperanza la idea de Lucía y así decidieron partir en peregrinación a Catania, donde llegaron justo el día de la fiesta de Santa Ágata, era el 5 de febrero del 301. Durante la celebración escucharon atentamente el pasaje del Evangelio de Mateo, la narración de la mujer que sufría de hemorragias y fue curada por haber tocado el manto de Jesús.
Lucía, iluminada, le propuso a su madre tocar el Sepulcro de Santa Ágata, convencida de la poderosa intercesión de la Santa. EL MILAGROS
Mientras Eutichia tocaba el Sepulcro, Lucía tuvo una visión de Santa Ágata, que le dijo: Lucía, mi hermana, ¿por qué me pides a mí esto si tú misma puedes obtenerlo para tu madre? Tu madre ya está curada por tu fe. Y así como por medio mío es beatificada la ciudad de Catania, por medio tuyo será salvada la cuidad de Siracusa.
Lucía le dijo a su madre, que por la intersección de Santa Ágata, Jesús ya la había curado, e inmediatamente Eutiquia sientió que le volvían las fuerzas y comprendió que había sido curada.
Entonces, Lucía comprendió que aquel era el momento justo para revelar a su madre la intención de consagrarse a Jesús, y de donar su rica dote nupcial a los pobres. Eutiquia que tenía el corazón lleno de gratitud por la gracia recibida, lo aceptó.
LA DENUNCIA
Un joven de la ciudad, enamorado de Lucía, desilusionado por la ausencia de matrimonio, después de que Lucía le había explicado que ella se había consagrado a Jesús, se vengó con rabia, denunciándola al prefecto romano Pascasio como secuaz de Cristo. El Emperador Diocleziano había emitido un edicto que preveía una feroz represión en contra de los cristianos.
EL ARRESTO
Lucía fue arrestada y condenada ante el prefecto Pascasio, que le ordenó hacer sacrificios paganos para que abandonase a su propia fe cristiana. Lucía se opuso refutándolo. Pascasio se dio cuenta de que no había obtenido nada y, entonces, ordenó que la joven fuese llevada a los peores barrios marginales de la ciudad, para que fuera tratada con violencia.
LOS PRODIGIOS
Los soldados la tomaron para llevársela, pero por más que se esforzaban no podían con ella, probaron también atarla con cuerdas, en las manos y en los pies, pero por más que se esforzaban no podían. Inexplicablemente la muchacha permanecía rígida como una gran piedra. Dios no permitía que nadie se la llevara.
EL MARTIRIO
Pascasio furiosamente la condenó a ser decapitada, muerte reservada a los condenados de la noble estirpe. Santa Lucía, antes de la ejecución, preanunció la muerte de Diocleziano, ocurrió pocos años después, al final de la persecución que terminó en el 313 d.C con el edicto de Constantino.
Lucía falleció el 13 de diciembre del 304 y fue sepultada en el mismo lugar donde, en el año 313, fue construido un Santuario dedicado a ella.
En el 1039, el General Bizantino Jorge Mariace transfiere el cuerpo de Santa Lucía de Siracusa a Constantinopla, para alejarla del período de invasión de la ciudad de Siracusa por parte de los Sarracenos.
En el 1204, durante la cuarta cruzada, el duque de Venecia Enrique Dandolo, encuentra en Constantinopla los restos de la Santa, los lleva a Venecia al monasterio de San Jorge, y en el 1280, los hace transferir a la Iglesia dedicada a ella en Venecia.
Santa Lucía salvó muchas veces a Siracusa en momentos dramáticos como hambre, terremotos, guerras y ha intervenido también en otras ciudades como Brescia que, gracias a su intersección, fue liberada de una gran miseria.
DEVOCIÓN
La devoción a Santa Lucía se difundió rápidamente después de su muerte y ha sido trasmitida hasta nuestros tiempos. El testimonio más antiguo es un epígrafe de mármol en griego que data del siglo IV, descubierto en el 1894 en las catacumbas de Siracusa.
El Papa Gregorio Magno, que vivió entre el año 590 y el 604, agregó a Santa Lucía en el canon de la misa romana. Algunas citas sobre ella se encuentran en la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino. Entre sus devotos encontramos también a Santa Catalina de Siena y San León Magno.
Dante la convirtió en el símbolo de la gracia iluminante y se definió como un fiel devoto suyo. La reputaba como protectora de la vista y, como cuenta en "El Convivio", a ella se le atribuye la curación de las afecciones de los ojos.
La leyenda popular cuenta que a la Santa le fueron sacados los ojos de sus órbitas, por eso alguna iconografía la representa con un plato plano en la mano en el cual fueron puestos sus ojos. Santa Lucía es la protectora de la vista.
TRADICIÓN DE SANTA LUCÍA
La fiesta de Santa Lucía es el 13 de diciembre.
En el norte de Italia, en Checoslovaquia y también en Austria se festeja Santa Lucía como portadora de donaciones para los niños. En Dinamarca y en Suecia la Santa se festeja con la búsqueda de una joven que la represente y en el cortejo con otros muchachos que la acompañan a llevar donaciones a los niños y a instituciones de caridad.
En Suecia es muy venerada también en la Iglesia luterana. EPÍLOGO
Santa Lucía ha dejado en la historia, con su martirio, un grito de amor a través de Jesús.
Su corazón ardía como una llama del amor divino y esta fue la fuerza irresistible que le permitió superar las angustias que procedían de lo humano. Santa Lucía supo aceptar, para sí, el sacrificio y el dolor, en su firme fe de que Jesús persistía en su alma.
Aquel corazón, que ahora estará libre para palpitar sólo de amor, le había permitido llegar a la virtud en aquel camino hecho con el espíritu de iniciativa para vencer lo humano.
Al volver nuestra mirada sobre Santa Lucía, nos encontramos inundados de su luz caliente y envolvente, que desprende el aroma de sus virtudes, y desaparecemos frente a su sacrificio.
Podemos tranquilamente pedir, a través de su intercesión, reencender la llama ardiente del amor divino, que hace germinar las raíces de las virtudes, para alumbrar la esperanza de ser salvados.
También en las dificultades y en las necesidades podemos recurrir a su protección, seguros de ser ayudados.
Qué lindo sería tenerla a nuestro lado para ayudarnos a recorrer ese camino que sube hasta la cima que se pierde en el cielo de Dios.
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